Enseñanza
Mis
padres, a quienes amo mucho, me enseñaron a compartir con el prójimo lo que
tengamos, ya que a su manera de ver si uno da sin esperar nada a cambio, Dios
te bendice.
Preocupación
El día
martes, en casa de mi vieja, no había aceite para freír unos pescados que el
día anterior habíamos sacado del río. Estaban las verduras pero nada más. Ya iban
a ser las cinco de la tarde y los niños (ese día recibimos la visita de los
sobrinos) estaban un poco inquietos ya que querían comer pescado frito y no
asado. Como padre que soy me mortifiqué, y aunque busqué para comprar el
aceite, oye, estaba muy caro y no me daba lo poquito que tenía para comprarlo.
Me detuve
a pensar un momento para buscar la solución sin embargo no me daba la cabeza
para pensar, pues entre la preocupación y las ganas de comer se me iba todo el pensamiento.
Los vecinos
Un vecino,
llamado Junior, al ver mi cara de intranquilo me preguntó por qué estaba así. Le
comenté pues lo que me estaba pasando. Me dijo, en tono sonriente, “tú sí eres
pendejo, en mi casa tengo aceite, ya te traigo un poquito para que los frías”.
Si les
soy sincero no soy persona a la que le guste pedir. Lo hago cuando estoy en una
necesidad terrible y he agotado todas las posibles soluciones. Prefiero ganarme
las cosas con mi trabajo y esfuerzo.
En
fin, cuando Junior venía con el aceite, otro vecino llamado Pedro, se acercó a
donde estábamos. “¿Qué van a hacer que
no de invitan? Díganme y hacemos una baquita
para cenar todos vale, en mi casa lo que tengo es harina pero no tengo mojado para comerme las arepitas”. Efectivamente,
esa noche todos pusimos un poquito de cada cosa y se hizo la cena. Comimos en
la casa, comieron los vecinos y quedó comida para el otro día.
La cena
Lo
que empezó como una preocupación culminó en bendición. Se pensó cenar pescado asado
con verduras, y terminamos comiendo arepa, ensalada, jugo, plátano frito,
casabe y frutas. Todos los que
colaboramos para que se hiciera la comida trabajamos de manera colectiva. Cada uno
a su manera ayudó o puso algo, poquito o mucho, pero lo hizo.
¿Compartir?
La
guerra económica ha afectado el poder adquisitivo de todos, a mí me ha pegado bastante sin embargo hemos podido
salir adelante ya que desde hace algunos años venía, junto a mi mamá, trabajando
el campo lo que nos han permitido paliar algunas necesidades, pero lo más
bonito de todo es to es que nosotros no somos los únicos beneficiados, no. Los vecinos
también. Cada vez que traemos yuca, plátanos, ocumo, ñame u otro tipo de rubro
lo compartimos. No es que sea mucho, sin embargo alcanza para que todos
comamos.
La vida,
y así lo considero, se ha encargado de que así como nosotros compartimos lo
poquito que tenemos, otras personas también compartan con nosotros lo que ellos
tienen. No es lo mismo comerse un ocumo seco
que acompañado por lo menos con un poquito de pescado y aguacate, ¿Verdad?
Debemos regresar a esos tiempos de solidaridad, de hermandad, de verdadera
camaradería.
Comparte,
la vida te repara lo que des.
¡Dios los bendiga!
Volvamos al campo, donde se cultiva la vida
Volvamos al campo, donde se cultiva la vida
Siembra Príncipe, que al final de los tiempos TU cosecha la verá la Patria Grande, convertida en SOLIDARIDAD, Paz, Amor y muchas Bendiciones. Que el Altísimo siempre te cobije, un abrazo a la distancia.
ResponderEliminarMuy bonita historia, la solidaridad, valores por la vida, como la honestidad. el amor, la sinceridad... Empecé a leer su blog y me a gustado mucho, por la sencillez, y las historias cargadas de sabiduría popular. Una ley de vida: Lo que das, se te devuelve.
ResponderEliminarQue historia tan bella casi me hizo llorar del sentimiento que verdad en tus palabras,cuanto falta entre nosotros ese sentimiento de solidaridad, perdido en la transculturación del primero yo y ultimo yo,que falta nos hace volver a nuestras raíces y como dices tu al campo donde se cultiva la vida.
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